El demonio de los cielos.

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    Se baja de su caballo y asciende durante un buen rato entre los espatos de roca volcánica y las fumarolas de fuego rojo. Debajo, las ruinas de Ciudad Goron se iluminan con la luz de la contienda, tan distantes y breves como las constantes estrellas fugaces o el inquietante cráter de la cima. Camina solo entre las rocas. Continúa, cabizbajo, eludiendo la sensación de que en algún momento podría caerse del mundo, ardiendo como un meteorito invertido.


    El mensaje que le trajo a este lugar no venía firmado, pero se podía ver la mano de Sheik. «Volvagia en las Cenizas», decía. ¿Será verdad?


    Y me advertía: «Recuerda tu promesa».


    Al amanecer, se encuentra con un sirviente y le quita la vida con su cuchillo. De su garganta emana sangre. Él toma su posición y coloca las flechas en la roca, una al lado de otra, como si contase los años que lleva esperando. El arco es casi tan alto como el. Se tumba al lado de las flechas y comienza a matar centinelas, uno detrás de otro, hasta que finalmente los esbirros comprenden el verdadero significado de los zumbidos y salen de las Cenizas, enfurecidos, tras él.


    Él se levanta de su escondite y se dirige en dirección al enjambre, disparando desde la cadera mientras avanza entre la árida obsidiana. Cada retroceso de su viejo arco de las hadas es una nueva palabra: Volvagia, Volvagia, demonio del cielo, demonio del odio, señor del reino de las llamas. Le duele la mandíbula. Solía imaginarse que le arrancaba la garganta con dientes blindados.


    Las rocas humean a su alrededor al ser golpeadas por el fuego de arco, y las flechas levanta mariposas de cristal al hacer saltar esquirlas de obsidiana. Dispara hasta agotar sus reservas. Un grupo de esqueletos con camuflaje vítreo decide agredirlo con machetes. Él levanta la mano y los arrasa con su espada dorada, mientras ríe y grita: «¡Volvagia! ¡Volvagia! ¡Vengo a por ti!»


    Acaba con todos y sigue, dejando las Cenizas aún más abajo, hasta la siguiente cresta. El baile de luces a lo lejos ilumina las bocas de las cuevas. Y allí, entre la humareda y las cenizas de la contienda, se encuentra la alargada silueta de una serpiente: La sombra insignia de un demonio posado en la superficie.


    Podría bajar y acabar con esto de una vez por todas. Pero hizo una promesa.


    Un Dodongo le asalta por sorpresa. El lanza dos cuchillos contra su armadura y le clava su propio Gancho en el pecho, asido en su puño a modo de piedra.


    Contacta con la Princesa —murmura hacia su puño manchado de sangre—. Diles que Volvagia está aquí.


    Su Hada le devuelve la mirada, en silencio. Al ver que él no muestra intención de bajar hacia la cueva, la Hada parpadea una vez y emite un suave sonido, una especie de suspiro de alivio.

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